LA GRÚA
Era medio día y hacía un sol
achicharrante, 28°, que para nosotras es muchísimo calor. Estaba invitada a almorzar donde una amiga que vive un tanto
lejos de mi casa. Somos un grupo de seis señoras que nos reunimos un miércoles
si y otro no. Una de ellas, Rosita, suele ir conmigo a estas reuniones. En esta
ocasión, como es costumbre, íbamos juntas en mi auto charlando a diestra y
siniestra. Ya cerca de nuestro
destino, en una avenida de tres carriles iba yo manejando en el carril del
medio y tuve que detener el auto en una luz roja. Al cambiar la luz quise arrancar pero se me plantó el carro. Ya
se imaginarán los insultos que me llovieron por atracar el tráfico: mujer tenía
que ser y vieja además, etc. Y yo ponía cara de yo no he sido.
Pero como, aparte de mi amiga, siempre
llevo de copiloto a mi Ángel de la Guarda, ¡zas!, apareció éste de la nada, vestido
de sereno dispuesto a darme una mano; Rosita se había bajado del auto para
buscar a otro robusto joven que nos sacara a empujones de la pista, ya que ni
ella ni yo estamos para esos trances. Entre los dos muchachos me empujaron
hasta un lugar seguro. No quedaba otra
cosa que recurrir al auxilio mecánico. Rebuscaba
en la cartera el número del teléfono al cual tenía que llamar, nada, cuando al
fin lo encontré marqué el número y una vocecita: si quiere usted tal cosa
marque 1, o si quiere tal otra cosa marque 2, y así hasta el 9, y cuando quería
marcar el dichoso número desaparecían los números de la pantalla del celular. Pretendo
estar al día con la tecnología pero a veces ésta me gana. Bueno, al fin logré
comunicarme y me aseguraron que en media hora llegaría la grúa para auxiliarme.
A esperar la media hora sudando dentro del
carro ya que no podía bajar porque estoy prohibida de tomar el sol y además me
había olvidado de ponerme el protector solar.
Hasta que llegó la grúa con Miguel Ángel
Gómez al volante, era este un jovencito, muy amable y limpito (sin sudores ni
grasas propias de un mecánico), Miguel Ángel era el angelito que me faltaba. Le
dije que nos llevara a la dirección donde íbamos a almorzar - ahí ya vería qué hacía
con el carromato - y que nosotras lo seguiríamos en un taxi. Me respondió que
en la cabina de la grúa cabíamos las dos y que no era necesario que tomáramos
un taxi. Cuando salí del auto y me acerqué a la grúa, horror, era altísima y
tenía que trepar tres gradas cada una más alta que la otra y
angostísimas. Pero yo, acordándome de la agilidad de mi amiga la ciclista,
me dije en silencio a mi misma: si puedo
y lo logré. En cambio la pobre Rosita vestía estrecha falda y no pantalones como yo y no le daba para
trepar al primer peldaño así es que no le quedó otra cosa que remangarse la
falda hasta no se qué alturas. Pobre Miguel Ángel.
El viaje delicioso, que distinta se ve
la ciudad desde ese casi tercer piso al que nos habíamos trepado. Pero luego,
la cruel realidad. La subida fue relativamente fácil pero la bajada... cuando
miré hacia abajo casi me da mal de altura, mi amiga bajó muy bien pero yo casi
me mareo. Tenía que apoyar mi pierna, la
operada, en un peldaño de 5 centímetros de ancho, de ahí un giro al otro
peldaño más chiquito todavía, de ahí otro más y de ahí un salto hasta el
suelo, ya me veía por tierra patas arriba; que cara habré puesto que el buen
Miguel Ángel se ofreció a cargarme, “no hijo”, le respondí, “peso una tonelada”,
pero al final sucumbí y tuve que aceptar que el joven me cargara porque
iba a ser peor que, en el intento, yo cayera sobre él. ¡Qué papelón! Ya en el
suelo, safe and sound, me dio ataque de risa, como se podrán figurar. Todo un
problema que terminó siendo una graciosa experiencia; no hay nada mejor que reírse de uno mismo.
SABIOS CONSEJOS A MIS COETÁNEAS CUANDO MANEJEN: primero, nunca se olviden de
llevar su celular, aunque se atraquen al usarlo, ya habrá alguien que las
ayude; segundo, salgan siempre acompañadas, la ayuda del copiloto es esencial;
tercero, POR FAVOR, tengan a mano los números telefónicos a los que puedan recurrir
en casos de emergencia; y por último, ¡piénsenlo dos veces antes de treparse a
la cabina de una grúa!
2 comentarios:
Una anécdota muy graciosa y simpática; muy bien contada pues vives la odisea que narra.
Los niños nacen sabiendo manejar los celulares, pero nosotros las "jovencitas", tenemos que hacer un esfuerzo muy grande para mantenernos al día con la tecnología. A veces es agobiante. Paciencia. Lo lograremos.
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