PAZ
INTERIOR
¿Quién en
momentos de alegría o pena, lágrimas o risas no se ha sentido tocado por Dios?
¿No ha sentido su presencia? Si no Lo escuchamos es porque la mayoría de las
veces, ante acontecimientos impensados que surgen de repente, no caemos en
cuenta que Dios nos está hablando, ya sea para consolarnos ante un gran dolor o
para darnos una gran alegría. Al igual que a Elías, el profeta, que esperaba a
Dios en las tormentas, en los terremotos, el Señor se nos hace presente en la
suave brisa, en lo delicado, en ese
silencio que por intenso lo podemos “oír”. Nos dejamos avasallar por lo
estruendoso y no reparamos en el susurro. A estos acontecimientos que nos traen
paz, yo los llamo “Caricias de Dios”.
Ahora, al llegar a la
“mayoría” de edad, empiezo a percatarme de tantas pequeñas cosas que me han
sucedido en la vida en la que decía “que casualidad”. Pero la casualidad no
existe para la persona creyente, es el Señor quien nos hace sentir su presencia
y su cercanía a través de personas o de hechos.
En un sillón, a solas,
me pongo a hacer memoria de tantas veces que el Señor me ha acariciado a lo
largo de mi vida: en la rutina diaria, en el trabajo, en el servicio a los
demás. Es imposible recordar todo, pues en muchos casos, en su momento, ni me di
cuenta, pero sí logro rescatar algunos recuerdos intensos vividos y que recién
ahora reconozco que era el Señor quien me hablaba. ¿Fue una sorpresa
inesperada? ¿Fue un encuentro furtivo? O quizás una ternura al contemplar a un
bebé recién nacido, o darme cuenta de haber encontrado la solución a un
problema que me agobiaba, o esa paz interior como resultado de haber hecho
feliz a otro sin que él se enterara. O quizás, al verme librada de un choque
violento por una impericia al conducir. ¡Es tanto lo que tengo que agradecer al
Señor de la vida!
Pero así como hay
“chispazos” de dicha, también hay caricias permanentes. Sino, ¿cómo puedo
llamar entonces al hecho de haber nacido sana, al haber tenido los padres y la educación
que tuve, al esposo que tengo, a la familia, a los amigos?
Te animo, amiga lectora, a revisar tu vida y te
darás cuenta de cuánto tienes que agradecer a Dios.
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