LA HOSPITALIDAD


LA HOSPITALIDAD

 
         Charo, ¿podrías alojar por unos días a un matrimonio que llega a la ciudad la semana que viene? le pregunté a boca de jarro a una amiga. ¿Cómo? me contestó. ¿Recibir en mi casa a personas a quienes no conozco? Estás loca, sabe Dios qué comerán, que costumbres tendrán, ni hablar.  Esa fue su primera reacción, pero luego de escuchar lo bello de la experiencia que significa dar hospitalidad, aceptó gustosa.
         Una pregunta así, de sopetón, suena chocante es verdad, pero es el caso que mi marido y yo pertenecemos a un movimiento cuyo uno de sus más hermosos carismas es la hospitalidad y estamos acostumbrados a recibir y ser recibidos en hogares cuando viajamos por eventos de nuestro movimiento. Recibir, acoger, poner un poco patas arriba la casa y nuestras costumbres para acomodar a unos huéspedes es trabajoso sin duda, pero no tiene pierde la compensación: una nueva amistad que nace producto de la espontaneidad y la generosidad y que, aunque no lo crean, dura toda la vida.
         Nos preparamos a abrir las puertas de nuestro hogar con ilusión. ¿Cómo serán? ¿Jóvenes, maduros? Y… ¡ya llegan! pues manos a la obra, a trabajar se ha dicho: hacer lugar en el closet, preparar las camas, poner un ramito de flores en el dormitorio, su jarrita de agua para la noche, etc. Queremos que sientan que están como en su propia casa, cómodos, con la sencillez propia de la vida diaria en un hogar. Ofrecemos lo que somos y lo que tenemos, ni más ni menos. Así nos hemos acostumbrado a recibir y a ser recibidos y nos alegra el corazón cuando esto sucede.     
         Cuando nos toca ser recibidos también nos hacemos la misma pregunta, ¿cómo será ese hogar? Hemos tenido la suerte de ser alojados por familias con hijos pequeños, otros con hijos ya jovencitos, en hogares bien acomodados y en otros muy humildes. El más bello recuerdo que tengo es la vez que nos recibió un matrimonio sencillo de artesanos ceramistas en Tonala, un pueblo de Guadalajara, Mexico. Cuando nos vio llegar la dueña de casa oí que muy bajito, compungida, le decía a quien nos había conducido hasta su casa: ¡uy, pero los señores son muy elegantes! Al escucharla le pregunté: María ¿qué es lo que me ofreces, tu casa y tu corazón? Sí, me respondió sonriendo, ah, le dije, entonces es aquí donde quiero alojarme; me abrazó emocionada. La casita, de antiguo portón de entrada de madera bastante carcomida y piso de tierra apisonada, era más limpia y cuidada que muchas otras más acomodadas, las camas impecables. En la madrugada nos despertaba el canto de los gallos del corral, nos preparaban agua caliente en unos calentadores rudimentarios para bañarnos; en el patio tenían un horno artesanal para cerámica y yo, que he hecho cerámica en mis buenos tiempos, me levantaba tempranito para modelar unas piezas en barro con el dueño de casa; era precioso compartir sus experiencias de vida, pero lo más bello de todo era que en esa familia florecía el amor y un increíble sentido de hospitalidad. Todo ese pueblo de artesanos se había ofrecido a dar acogida a los cientos de visitantes de otros países que venían a un encuentro latinoamericano de nuestro movimiento. La tarde del primer día que llegamos nos pasearon por el pueblo como si exhibieran  unos trofeos, presentándonos a las amistades y al señor cura; al pasar delante de una casita, la vecina, apostada en la verja de su casa, le dijo a María: que lindo conocer a tus huéspedes, los míos todavía no llegan y si no vienen me prestas a los tuyos mañana. ¡Qué ilusión tenía todo el pueblo de abrir sus hogares a los visitantes extranjeros! ¡Qué generosidad en su sencillez a pesar de sus reducidos medios! Creo que esa ha sido la experiencia más hermosa y humana de hospitalidad que hemos vivido como matrimonio, el amor y la calidez con que nos acogieron nunca la podremos olvidar.
         Si se te presentara la ocasión, anímate, amiga lectora, a vivir esta singular experiencia y ya sea que acojas o seas acogida, recuerda que lo importante es:
“Adonde fueres, haz lo que vieres”

GATEAU   DE  CHOCOLATE


         Les aseguro que quedarán como unas reinas con sus invitados si se animan a preparar este delicioso gateau.

 
INGREDIENTES

v  300 grms de chocolate de taza

v  6 Cdas colmadas de azúcar en polvo

v  6 huevos

v  250 grms de mantequilla

v  24 bizcotelas

v  Nueces ralladas (opcional)

v  1 barra de chocolate dulce rallada (opcional)

PREPARACION

 v  Rallar el chocolate y derretirlo en Baño de María

v  Separar las yemas de las claras

v  Batir las 6 claras a punto de nieve, dejar aparte

v  Batir las 6 yemas en un tazón con el azúcar en polvo

v  Agregar poco a poco el chocolate disuelto, luego la mantequilla

v  Cuando esté bien mezclado añadir las 6 claras batidas

v  En un molde redondo, desmontable, colocar las bizcotelas paradas y previamente cortadas a la altura del molde

v  Colocar las bizcotelas sobrantes al fondo del molde

v  Verter sobre esto la crema de chocolate y poner a helar hasta que quede bien firme.

v  Adornar con nueces ralladas o con una barra de chocolate dulce rallado

                                   No hay nada mejor que un amigo;

excepto un amigo con chocolate.

Sabías que... 22?


¿Sabías que…   (22)

 


Nueve de cada diez seres vivientes viven en el mar?

 

 

 

 
 
Los aeropuertos situados en alturas requieren una pista de aterrizaje más larga debido a la baja densidad del aire?

 

 

 

 
 
 
Debido a la gravedad de la tierra es imposible que las montañas superen los 15,000 metros?

 

 

 

 
 
 
Que la letra “J” no aparece en la tabla de elementos?

 

TRES PALABRAS MAGICAS


TRES PALABRAS MAGICAS 
            

    
            En una ocasión en que Su Santidad el Papa Francisco se dirigía a un grupo de parejas de novios próximos a casarse les decía que “vivir en familia es un arte” y que para ello debían tener que incorporar en su lenguaje diario estas tres palabras: PERMISO, GRACIAS y PERDON y que también era conveniente desempolvar, porque anda un poco olvidado, el  pedido de, POR FAVOR. Sabias palabras cuya práctica demuestra un trato delicado en toda circunstancia. Yo me permitiría añadir que si bien esas palabras son indispensables en la convivencia familiar, como señala el Papa, también lo son en toda relación humana, entre amigos, en una comunidad en general, ya sea de trabajo o de vecindad.

         El permiso va de la mano del  respeto y es enemigo declarado de la actitud del “yo primero”, los demás que arreen. Pedir permiso para tal o cual cosa no es sentirse inferior ni rebajarse, es cordialidad, es respeto por los derechos del otro que no debo avasallar. En el trato íntimo familiar, el “permiso” puede expresarse de maneras diversas, por ejemplo, no le voy a pedir permiso a mi esposo para salir a tomar un café con amigas, como lo haría un soldado a un general, pero sí le puedo decir. ¿tienes algún inconveniente en que salga un rato con las “chicas”? La cuestión es comunicar debidamente y no imponer como un derecho intocable. Si vas por la calle y está congestionada de gente, no atropellar ni empujar, más bien con voz amable solicitar que se te permita pasar.

         Las gracias, es una expresión de gratitud, doy gracias porque yo no soy la reina de Saba ni me lo merezco todo. Si alguien es amable conmigo, sea quien sea, o me hace un favor, ¿por qué no darle las gracias? Este hecho no me hace ni más ni menos como persona y en una próxima ocasión seré atendida o ayudada con mayor cordialidad.

         El perdón,  esta palabra sí que es más difícil de pronunciar porque es admitir que he procedido mal y no nos gusta reconocer errores, menos aún hacerlo a viva voz. Pedir perdón no es sumisión, es saber amar, porque es preferible acortar distancias al pronunciarla, reparar una falta que seguir en la vida agobiada por sentimientos desagradables. No importa quien pide perdón primero, lo hace el que ama más pues le da mayor valor a restaurar la cordialidad y vivir en paz, que al resentimiento. Recuerdo una vez en una reunión de matrimonios, hablando del perdón, un joven esposo decía que nada lo hacía más feliz que ver volver a sonreír a su esposa cuando por alguna falta u omisión él le pedía perdón y surgía la reconciliación.

         Y por último, y no por ello menos importante: por favor. Al tacho con las órdenes, me sacan de quicio: tráeme, apúrate, cállate, sírveme, etc. etc. Hay que saber pedir. Si pides algo con dulzura y con una sonrisa, ¿quién se va a negar a darte gusto o hacerlo de mala gana?

         Aconsejar esto a hijos y nietos y nosotras, a la vez, no olvidar de poner en práctica en la vida diaria la regla del P.G.P.:

 

PERMISO, GRACIAS Y PERDÓN.